Orientaciones para el manejo de conducta de los niños 1


Hasta hace no mucho tiempo, han estado impuestas convenciones sociales tales como el que los adultos ordenaban y los niños obedecían sin rechistar, por mucho que esas órdenes no tuvieran mucho sentido. Si alguien se atrevía a preguntar por qué, se zanjaba el tema con un “porque lo digo yo”, “respeta a tus mayores” o un simple “porque sí/no”.

Es necesario y competencia de los padres establecer una serie de normas y límites claros y consistentes a sus hij@s ya que les reportará seguridad al aprender a discernir entre lo que está permitido y lo que no. Sin embargo, a menudo nos dirigimos con más agresividad a un niño que a un adulto, los consideramos ciudadanos de segunda categoría, haciendo abuso de nuestra situación de superioridad. ¿Os habéis parado a pensar sobre la incongruencia de pedirles a nuestros niñ@s que no chillen/peguen (o lo que fuere) cuando nosotros nos estamos dirigiendo a ellos en esos mismos términos?.

Al niño se le educa con el ejemplo, por eso es importantísimo que nosotros, como adultos, nos esforcemos en ofrecerles un  modelo adecuado y lo más fiel posible a aquello que les exigimos. shutterstock_175586570

También es importante preguntarles por qué quieren hacerlo de una determinada manera y no como nosotros les decimos que lo hagan, porque tal vez detrás de querer hacerlo de un modo distinto se esconda una explicación lógica que a los adultos se nos escapa. A menudo, los niños nos dan magníficas ideas. Por tanto, si les dejamos expresarse encontraremos resultados más interesantes que cuando tratamos de imponerles algo que nosotros pensamos.

No obstante, hay excepciones como en todo. En primer lugar, cuando aquello que el niño demanda, atente contra su integridad física o la de otro ser humano. Y, en segundo lugar, si atenta contra la legalidad vigente (por ejemplo ir sin cinturón de seguridad en el coche). El niño tiene derecho a opinar desde cualquier edad y en cualquier momento, pero cuando se den circunstancias como las anteriores, no habrá posibilidad de negociación alguna.

A partir de los 4 años, aproximadamente, los niños van siendo capaces de razonar (en ningún caso como lo haría el adulto, ni siquiera todos los niños a esa edad pueden) y de comprender los razonamientos que les debemos para que entiendan el porqué de las cosas, siempre que alguien se moleste en explicárselo. A nadie se le ocurre tratar de enseñarle a  un bebé a leer o a escribir porque su cerebro no está preparado. Eso mismo ocurre cuando, por ejemplo castigando al niño en un rincón o implantando cualquier otro tipo de castigo, pretendemos que razone sobre una determinada conducta. No servirá de nada si no se acompaña de una conversación que, ajustada al nivel de edad y comprensión del menor, tenga el objetivo de analizar lo ocurrido, así como comprobar los recursos de que dispone el niño para su resolución y, en caso de que no se encuentre dentro de su repertorio, asegurarnos de explicarle y entrenarle específicamente en las alternativas adecuadas de cómo puede hacerlo para que, en ocasiones futuras se sirva de la experiencia y logre éxito.

En relación con lo anterior, cuando se implante un castigo, debe ser proporcional a la conducta inadecuada del niño y contingente a la aparición de la misma, pues sólo de esa forma, el niñ@ podrá establecer la asociación que nos proponemos entre su “mal comportamiento” y la consecuencia del mismo. En ningún caso debe llevarse a cabo cualquier tipo de violencia contra el menor. Nadie tiene derecho a pegar a un niño, ni mucho, ni poco, nada. Por si ello fuera poco, el Código Civil prohíbe de forma expresa cualquier tipo de violencia ejercida contra un menor, por lo que, de hacerlo, se estaría incumpliendo una ley.

Habitualmente, nos pasa desapercibido todo lo que hacen bien los niños porque damos por hecho que “eso es lo que deben hacer”. Sin embargo, ponemos nuestro “ojo clínico” en todo aquello que hacen mal para recriminarles, regañarles y/o castigarles. De hecho, solemos emplear etiquetas como: “eres malo”, “eres un vago”, etc, que aluden a su persona y no al comportamiento que han mostrado. Con ello, no conseguimos otra cosa que encasillarles aún más en ese rol y que lo desempeñen al máximo pues, al final, es lo que se espera de ellos. Por si ello fuera poco, además estamos colaborando a que la imagen que se forman de sí mismos, es decir, lo que se conoce como autoestima, creada a partir de la imagen que los demás nos devuelven sobre nosotros mismos, sea negativa. Así, continuamos dando forma al círculo vicioso que únicamente logra alejarnos cada vez más y dañar la relación que tenemos con nuestro hij@. Invirtamos esa situación comenzando a entrenarnos a nosotros mismos a focalizar nuestra atención en todo lo positivo que tiene el niño, ajustando nuestras expectativas y exigencias en función de las características del menor y elogiándole por sus logros, sin perder de vista que no todos aprenderán al mismo tiempo, ni a la misma edad, ni del mismo modo. Es fundamental que los padres entienda esto.

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